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Llega a casa tarde, cansado, con la espalda hecha polvo. No se queja, pero se le nota. Pasa tantas horas delante del ordenador que ya ni recuerda qué es estar realmente relajado.

Y aunque siempre dice que “está bien”, se merece algo más que simplemente aguantarse. Se merece un momento de pausa. De esos que no se posponen, que no necesitan plan ni cita, solo un botón y un respiro.

Por eso le regalé un masajeador. No uno cualquiera. Uno que se apoya en la nuca, en los hombros o en la espalda, y que con solo pulsarlo, le devuelve un poco de vida.
Ahora, después del trabajo, se sienta en el sofá, se pone el masajeador y en cinco minutos, cambia el gesto. Cierra los ojos, respira más lento, y por fin… se suelta un poco.

No le regalé un aparato. Le regalé algo que él no se daba: un momento solo para él.

¿POR QUÉ ES ESPECIAL ESTE REGALO?

No es solo descanso. Es cuidar de quien siempre sigue adelante sin parar. “Es mi ritual cada noche. En cinco minutos, noto que el día pesa menos.”


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